Si hay algo de lo que podemos estar completamente seguros es de que, tarde o temprano, experimentaremos una pérdida.
La sociedad somos todos, la creamos entre todos y la construimos con cada uno de nuestros actos cotidianos. Desde este punto, pasa a tener menos sentido la justificación que constantemente hacemos de que las cosas son de determinada manera porque la realidad es la que es. En realidad, no deja de ser una situación en la que delegamos constantemente la responsabilidad sobre lo que somos, hacemos y sentimos, en un ente aparentemente externo, pero que realmente surge de la expresión de lo que cada uno somos.
Vivimos la pérdida como un desastre, normalmente en un entorno que nos bombardea con un concepto básico en todas nuestras relaciones: la seguridad. Se trata de una manera de alimentar la concepción de nuestra mente de que podemos controlar todo, prever todo, manejar todo. Esto es básicamente falso.
Si hay algo de lo que podemos estar completamente seguros es de que, tarde o temprano, experimentaremos una pérdida. Especialmente si tenemos en cuenta que ciertos procesos, como ocurre con la vida misma, están destinados a tener un final. Un final que podemos dar por cierto, y que además, desde un punto de incoherencia, parece que nos esforzamos en ocultarnos a nosotros mismos. Como si no fuese a ocurrir. Como si el hecho de no llamar a la muerte fuese a despistarla o a llevarla a olvidarse de nosotros.
El caso es que grande o pequeña, más o menos significativa, todos experimentamos esa sensación de que algo se va de nuestro lado y nos es imposible de sostener, por mucho que nos empeñemos y por más energía que pongamos en resistirnos a ello.
Concepciones de pérdida
Podemos entender mejor qué es un proceso de pérdida si nos acercamos a algunas de las definiciones que se le pueden dar. Veamos algunas de ellas.
- Ser privado de algo que se ha tenido, y que por tanto consideramos nuestro por derecho. Como si la posesión por sí misma nos pudiese garantizar la permanencia de lo poseído.
- Experimentar el fracaso en el sostenimiento de algo que para nosotros es valioso o significativo. Un empleo, una relación, un determinado nivel de status social.
- Reducción o minoración de determinados procesos o facultades. A lo largo de la vida vamos a experimentar de qué modo ciertos aspectos físicos o biológicos entran en declive. Veremos en los próximos capítulos, al hablar de enfermedad o envejecimiento, la manera en que parece que estemos obligados a mantener siempre un aspecto juvenil y vigoroso que, con la edad, va siendo cada vez menor y, la verdad, menos significativo. Pero que sin embargo nos negamos a menudo a aceptar como una evolución.
- Experiencias destructivas o de quiebra. Situaciones en las cuales nuestras vidas se sacuden por efecto de circunstancias que nos superan, que nos tocan en la parte de reconocer que no podemos manejarlas y nos arrastran, y que además nos enfrentan a la realidad de que nunca podemos controlar todo, que una gran parte de las cosas que damos por seguras dependen de factores en los que no podemos intervenir. Nuestra vida es nuestra responsabilidad, pero en ella intervienen cosas que no van a depender de nosotros. Esto puede convertirse en algo realmente difícil de aceptar.